De entre las muchas cosas que se pueden hacer un día con un poco de tiempo libre en San Vicente, una de ellas es ir a visitar una de las muchas bodegas que salpican todo el valle del Salnés. No en todas se puede entrar símplemente a tomar una copa de Albariño, está claro que si fuera así no serían bodegas sino bares, pero en algunas sí, aunque este no es el caso que nos ocupa.
Hace ya unos tres años, a través de mi mujer conocí al dueño de la bodega Cavaleiro Do Val. Ella lo conocía de su anterior etapa laboral en una gestoría-asesoría de Sanxenxo, pues era ella la que llevaba los papeles de la bodega. Desde entonces ella no había vuelto a ver a su antiguo cliente y amigo Dovalo.
Esta semana santa pasada, le llamamos y nos pasamos por su bodega para comprar un poco de vino para tener en casa, y aprovechar la ocasión para charlar un rato con él. Tras anunciar nuestras intenciones a unos amiguetes, que rápidamente se apuntaron. Llegamos por allí sobre las nueve de la noche y Paco nos recibió amable como siempre, abrió una botella de vino para que lo probaramos, nos sentamos alrededor de una mesa en la bodega, y tres horas más tarde, tras escuchar innumerables anecdotas acerca de la producción del vino Albariño, ver botellas con muchos y pocos años de antigüedad, conseguimos convencer a Paco de que nos debíamos ir.
Lo mejor de todo es que Paco, hace un vino estupendo, sin química, sin productos añadidos, un "vino físico" como dice él, Que por mucho que tomes, siempre dentro de un orden, claro, no se sube a la cabeza ni en el momento, ni al día siguiente.
Alguna de las muchas botellas que tiene como recuerdo
Paco en una de sus animadas clases magistrales.
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