En 2002, poco antes del desastre del Prestige, un propietario de un chalet cercano a San Vicente que tenía su casa en venta desde hacía ya bastante tiempo, consiguó apalabrar su venta a unos extranjeros, para lo que formalizaron el pago de un millón de pesetas como arra por la compra del mismo.
Poco tiempo después, los compradores, al ver horrorizados las noticias, se echaron para atrás renunciando al millón de pesetas del contrato de arras.
Si desde entonces, hubieran ido por allí, se hubiesen tirado bastante de los pelos, porque San Vicente sique siendo la maravilla que era antes de la catastrofe, en buena parte, gracias a los voluntarios que ayudaron a limpiar todo aquel desaste.
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